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Pablo García Gámez: escribir sobre el acuyá


García Gómez capta, al mismo tiempo, el miedo que tiene el ciudadano nativo hacia el migrante, y el miedo que tiene el migrante hacia ciudadano nativo. Dos realidades posibles, separadas por lenguas maternas y por prejuicios difíciles de derribar. Un abismo que puede representarse en el teatro.
García Gámez capta, al mismo tiempo, el miedo que tiene el ciudadano nativo hacia el migrante, y el miedo que tiene el migrante hacia ciudadano nativo. Dos realidades posibles, separadas por lenguas maternas y por prejuicios.

Por Jessica Ruetter


Pablo García Gámez es un dramaturgo nacido en Caracas, Venezuela. Reside en Nueva York desde 1992, donde actualmente es profesor de español en las universidades York College y Stony Brook, publicó varias obras y antologías e imparte talleres de dramaturgia tanto en la capital venezolana como en Nueva York.


En ese limbo entre sus dos hogares, aquél en el que nació y aquél en donde vivió la mayor parte de su vida, García Gámez dio forma a su Teatro del Acuyá publicado por El perro y la rana (2024). Es un libro que juega con el límite entre las dos tierras: la del norte continental y la del sur. Una palabra, acuyá, cuya etimología viene de lo opuesto, lo que no es ni de acá ni de allá, y que el dramaturgo utiliza para hablar de un teatro que está en el medio y que busca su lugar entre dos mundos.


En Caracas, García Gámez trabajó en un museo y luego en una agencia de publicidad como creativo antes de volcarse hacia el teatro. Sentía que su trabajo se había vuelto un estrés de rutina: & quot;Todo era urgente, de vida o muerte. Todo era para ayer& quot;, recuerda. Tras decidir que quería tomar otro rumbo con su carrera y luego de conocer a su pareja que residía en Nueva York, Gacía Gámez cruzó el hemisferio y aterrizó del otro lado del mapa: en la capital de las artes escénicas.


—El cambio me afectó de manera integral —dice Gámez—. Traía de Caracas la idea, como aspiración máxima, de que en Nueva York alguna vez estaría en el centro, pero aquí, en mi día a día, estaba en el margen. Es algo que me hacía sentir desubicado.


En primer lugar, en el momento en que llegó, el teatro hispano y el latino, próximos al teatro que Gámez conocía y en el que se había desenvuelto, era un teatro marginal. Además, la ilusión de los inmigrantes choca con la realidad de Nueva York, ciudad cosmopolita, multicultural por excelencia, pero no por ello amable con los migrantes, con los recién llegados que vienen hablando con otras lenguas y acentos enredados en el habla.


—Acá, en Nueva York, me sentía foráneo, raro —continúa—. Agravado por el tema del inglés, ya que tengo defectos auditivos que no me permiten escuchar el sonido preciso en ciertas palabras; la gente habla conmigo y cree que recién llegué a la ciudad por mi entonación.


De este desentendimiento permanente García Gómez logró hacer arte. Arte que habla de lo híbrido, de aquello que se encuentra in between, entre una y otra cultura, entre un y otro idioma, entre una y otra experiencia de vivir la ciudad. En el prólogo del libro, el dramaturgo y poeta Antonio César Morón afirma que García Gómez capta, al mismo tiempo, el miedo que tiene el ciudadano nativo hacia el migrante, y el miedo que tiene el migrante hacia ciudadano nativo. Dos realidades posibles, separadas por lenguas maternas y por prejuicios difíciles de derribar. Un abismo que puede representarse en el teatro.


—Volver a Caracas fue encontrar el mismo espacio pero diferente; por allí vino lo del “acuyá” que es sentirse de los dos espacios, de ninguno, o tal vez de cada uno de ellos un poco, y por allí ha ido mi dramaturgia.


Escribe Pablo García Gámez en Teatro del Acuyá:

Entre el aquí y el allá está el acuyá.

Acuyá: espacios que se sobreponen, identidades en tensión.

Acuyá: ruptura, espejo que refleja imágenes distorsionadas, visiones replegadas, periféricas,

marginadas, escondidas, ocultas. (…)

El acuyá es mestizaje de imágenes, de tiempos, de palabras.


“Migrar es una de las experiencias más intensas que puede vivir un ser humano”, comenta Gámez para esta entrevista. Él arrastra un montón de vivencias de diversos momentos de este proceso. Cuando no tenía documentos y me detuvieron en Texas, las dificultades de comunicarse, las distintas experiencias de conocidos en situaciones de vulnerabilidad. “Son historias y más historias a veces insólitas, a veces absurdas”, determina.


De estas historias y de estas experiencias de migración, años más tarde García Gámez, empezó a explorar la idea de que el teatro alternativo hispano pudiera servir como un reflejo de estas realidades, como un símbolo y como una herramienta social.


En su trabajo doctoral Desde el margen: Teatro alterno y comunidades hispanas de Nueva York, 1997–2017 –publicado por The Graduate Center de CUNY– investiga cómo el teatro alternativo hispano reflexiona sobre los grupos periféricos en la ciudad. Indaga en cómo el performance actúa como una herramienta social, y también cómo el teatro funciona como una

forma de preservación de la memoria de las comunidades hispanas de Nueva York.

El tema de los dialectos es fascinante. Nueva York es panhispánica y las comunidades continuamente hacen pactos tácitos para entenderse y así vamos negociando.
El tema de los dialectos es fascinante. Nueva York es panhispánica y las comunidades continuamente hacen pactos tácitos para entenderse y así vamos negociando.

¿Cómo contribuye el teatro a la visibilización de los problemas y desafíos que enfrentan las comunidades hispanas periféricas en Nueva York?

"Una temática que cubre el teatro hispano son los distintos procesos de migración y sus consecuencias. Me refiero a una serie de tópicos como el choque entre los padres que traen las costumbres de sus países de origen mientras que sus descendientes, que vienen siendo pequeños o nacen en Nueva York, tienen otras perspectivas del mundo y allí se produce un choque cultural: se quieren pero no se entienden".


En tu trabajo hablas sobre los diferentes dialectos del español que se crean y se transforman en Nueva York, incluyendo los anglicismos que se incorporen al español, y el Spanglish. ¿Cómo se reflejan estos elementos lingüísticos en el teatro hispano y cómo lo transforman?

"El tema de los dialectos es fascinante. Nueva York es panhispánica y las comunidades continuamente hacen pactos tácitos para entenderse y así vamos negociando. También hay préstamos del inglés e incluso los cambios de códigos, característica del Spanglish. El español en Nueva York ha sido duramente criticado. La lengua ha sido un campo de opresión. Pero escritores y muchos de mis colegas autores al hacer uso de palabras y expresiones de la lengua hispana, comenzaron a representar a la población hispana en su habla. Así reflejamos lo hispano en las obras y en este sentido la ciudad es única: el público puede ir a obras dominicanas, colombianas, mexicanas y escuchar esos dialectos y aceptarlos

porque son parte de la ciudad, así como se puede escuchar a un personaje con un dejo cubano interpretando a un venezolano. Los espectadores del teatro hispano son muy abiertos en ese sentido".


¿Cómo se puede pensar el teatro hispano como un instrumento de preservación de la memoria dentro de estas comunidades?

"La contribución del teatro a la preservación de la memoria es enorme. Estuvimos acostumbrados a que la hegemonía nos describiera y escribiera nuestra historia hasta hace unas pocas décadas. Trabajos como los de Eva Cristina Vásquez, Dolores Prida, Jorge Merced, Tere Martínez, Marco Antonio Rodríguez, Javier Antonio Rodríguez, Carmen Rivera, Javier Antonio González, Alejandra Ramos Riera y muchos otros han dejado el rol de subalterno para asumir el habla, trabajando así la memoria desde el margen. Gracias al teatro, los espectadores han encontrado historias como la migración puertorriqueña de los años 40’ y cómo eran percibidos sus miembros, personajes que aportaron a la comunidad como Julia de Burgos, Manuel Ramos Otero, La Lupe, así como historias nacionales y su efecto en las migraciones a Nueva York".


¿Cómo es tu proceso creativo cuando escribís una obra?

"Cuando era joven hice un taller con Oswaldo Dragún. Una de las asignaciones era pensar en una imagen que nos hubiera llamado la atención y a partir de allí empezar a trabajar. Para mí lo primero es tener una imagen que puede venir de una historia que haya escuchado, de una experiencia, de una lectura. Ahí viene un proceso en el que llegan otras imágenes mentales que van transformándose. Es un proceso en el no decido a priori sino que me dejo llevar por

los personajes y su contexto".


Cuando escribe, García Gámez entra en un estado de relajación que le permite escuchar lo que dicen los personajes: "Cada vez que intento imponerles palabras ellos no responden", dice, "el trabajo queda artificial", determina. "Después de pensar en la imagen y comenzar, en el proceso no tengo idea de cómo terminan. Así que hago el viaje con los personajes, viaje que culmina cuando ellos decidan".


En la ciudad de Maracaibo, Venezuela se presenta a finales de junio su pieza Mentiras y Recuerdos; posteriormente la misma agrupación, Teatro Escuela producirá Madamadrina. En la ciudad, este año es de taller e investigación: está preparando su taller “La propia voz” para septiembre y forma parte de un equipo con sede en España que está realizando una investigación sobre el teatro hispano/latino de la ciudad.


García Gámez ha publicado en numerosas revistas especializadas y ha participado en diversos congresos de literatura. Entre sus varias obras y antologías, se destacan Se vende, se alquila o se regala, editorial Campana (2008), Noche tan linda (2017), Revista Conjunto, Casa de las Américas. Teatro Latino: Nuevas obras de los Estados Unidos (2019), Oscuro, de noche, Apacuana: Cuatro obras ganadoras 2015-2018, Querer ser, Feria del Libro Hispana de Queens, (2022).


Pablo García Gámez hace referencia a Margarita Drago, una profesora Argentina de York College, "una vez dijo que somos margen y eso es lo que nos da posibilidades de valorar el mundo y trabajar porque sea un poquito mejor”.


Fotografía: Félix Gerardi.

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